¡Vaya situación extraña la de esa tarde! Papá, estaba dispuesto a arrancar de un tirón el ventilador del techo del salón, con tal de dejar de escuchar las quejas de mamá; que si le daba miedo, que si era cosa del demonio, que nos traería muchos problemas, que si es una aberración de aparato…
¡Qué intransigente es siempre mi madre con todo! Las cosas tienen que ser exactamente como se espera que sean y punto. Nada ni nadie puede salirse de su cuadriculado esquema mental.
No recuerdo cuándo fue la primera vez que observamos una atmósfera rara en la salita de estar y, desde luego, hasta hoy, nunca lo habíamos achacado al sencillo ventilador de techo. Lo primero que pensamos, el día que, estando reunidos con los vecinos en casa, uno de ellos cambió drásticamente su discurso, disparando verdades como puños a su esposa, sin filtro y sin parar, fue que al pobre se le había ido la cabeza, seguramente por estar sometido a demasiado estrés (pensamos). Era una tarde calurosa, los mayores tomaban café con el ventilador girando sobre sus cabezas a marchas forzadas mientras los niños, nos entreteníamos coloreando y haciendo las cosas que hacemos los niños cuando los mayores toman café. Ernesto, el vecino, abandonó durante la charla, y sin previo aviso ni motivación aparente, su habitual papel de calzonazos para decirle a Marta, su señora, todas aquellas cosas que jamás se había atrevido durante los quince años de matrimonio. Los presentes estupefactos (incluida una servidora que incluso dejé de hacer lo que estaba haciendo al notar el manifiesto cambio en el tono de voz). Todos sentimos enrarecerse de clima del salón. La vecina estaba lívida por la desfachatez y falta de compostura de su marido. La tarde terminó con la prematura marcha de nuestros invitados.
Como decía, no sé exactamente si esa fue la primera vez que ocurría algo así en esa estancia, pero ahora que hemos comprobado que es el ventilador el que altera los diálogos y la voluntad de los interlocutores, y echando la vista atrás, creo que el divorcio algunos meses después de Marta y Ernesto, podría ser en gran parte responsabilidad del electrodoméstico.
Papá comentó esta tarde, en pleno estallido dramático de mamá, que la imprevista declaración de amor de Juanma a mi hermana Eva, el pasado verano en esa misma sala, con todo lo torpe que es su ahora yerno - decía papá -, tuvo que ser también cosa del cambio de aire que proporciona el aparato y que, por tanto, no es tan malo.
Sin embargo, dejando a un lado la cantidad de situaciones en las que, sin saberlo nosotros, el impertinente dispositivo ha podido intervenir en nuestras vidas, lo más trascendental de todo esto lo resumiría en dos cosas. La primera, y más alucinante, es que tenemos en casa un ventilador mágico capaz de alterar la naturaleza de las personas, para bueno o para malo, pero siempre en favor de la verdad sin tapujos. Y segunda, he sido yo, una simple niña de once años la que, presenciando una discusión entre mis padres, por una nimiedad cotidiana, y tras volver a advertir un súbito cambio en el tono del diálogo de una conversación de mayores, he pensado que podía guardar relación con el ventilador y el hecho de que acabaran de subir su potencia. Así que, lo he desenchufado volviendo los dos en el acto a la normalidad. (Todo lo normales que pueden ser dos adultos que, después de mi hallazgo, se han pasado la tarde realizando experimentos encendiendo y apagando un aparato para confirmar que mi “ocurrencia” era acertada).
No deja de parecerme curiosa la manera en que la gente mayor vive sin percatarse de gran parte de las cosas que les rodea, ofuscados como están en controlarlo todo y dejar de hacerse preguntas. En fin, supongo que, a partir de ahora, en mi casa se valorará mucho si hace tanto calor como para arriesgarse a decir lo que se piensa.
Relato extraído del libro 'Sueños enredados', publicado por la Editorial La Fragua del Trovador.
https://www.lafraguadeltrovador.com/pagsecun/otraspublicaciones.htm
Buenísimo. Mi escritora favorita
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