Cuando Alberto sintió húmedos
los pies y miró hacia abajo, atónito, descubrió que estaba caminando sobre esponjosas y blancas nubes. No tenía ni idea
de cómo había llegado hasta allí pero, no tuvo mucho tiempo para pensar en ello pues, un
segundo más tarde se encontraba junto a una bandada de sorprendidas gaviotas
que lo observaban curiosas haciendo un alto en su camino hacia la costa.
Una
de las aves se atrevió a preguntarle a qué se debía su tan
temprano paseo por las nubes.
Lo que sorprendía a las aves era que paseara tan temprano,
comprendió Alberto.
Sin
embargo, él no acertaba a entender cómo era posible que
estuviera hablando con una pandilla de animadas gaviotas mientras flotaba sobre las nubes, en lo
que parecía ser
la madrugada de un día que, desde su elevada perspectiva, parecía
sería algo frío.
Sin
haber contestado a la pregunta del pájaro Alberto se dirigió a la
gaviota: _ Hola, perdone
señora gaviota ¿podría decirme usted dónde estamos en
este momento?- la gaviota
le respondió;- Estamos a no mucha altura, al otro lado de
la ventana, másc concretamente en la primera capa del cielo. _ ¿Te has perdido o es que eres nuevo
pora aquí - le dijo- El chico, desconcertado, negó con la cabeza y contestó:
_No sé cómo he llegado hasta aquí, y por mucho que lo intento soy incapaz de recordar de
dónde vengo.
-
Alberto, preocupado, miró a la gaviota esperando de ella una
respuesta que despejara todas sus dudas. Amelia, que es con el nombre con el que se presento el
pájaro, sintió pena del joven y tras consultar con sus compañeras, bajo la atenta mirada
de Alberto, les sonrióy le dijo que no podía resolver sus dudas pero que conocían a un
amigo que quizá le podía ayudar. Unos segundos más tarde, una bandada de gaviotas
atravesaba el cielo formando una uve que arrastraba la pequeña nube sobre la que viajaba el
muchacho, que disfrutó sintiendo el fresco aire de la mañana en la cara.
La
siguiente parada fue el llano de un bosque justo enfrente de un gran
tronco de árbol.
Las
gaviotas se despidieron de él y le indicaron que tocara suavemente
con los nudillos el tronco donde vivía el anciano búho del bosque. Según
afirmaba la bandada, era el más sabio del lugar ya que además de su avanzada edad, aunque su
apariencia fuese la de un ave mucho más joven, el pájaro llevaba toda la vida observando a
su alrededor y ya,
en este lado de la ventana al infinito, se dedicaba al estudio y
a conversar con el resto de especies con las que convivía.
Una
vez solo, tocó a lo que él suponía podía ser la parte delantera
del domicilio del búho.
En cuestión de segundos descendió de lo más alto del tronco del
árbol un enorme pájaro que interesado se dirigió a Alberto: _ Hola muchacho, ¿qué te ha
traído hasta mi casa?
¿Puedo ayudarte en algo?
_Pues...-
titubeó Alberto al contestar- a decir verdad me han traído
una bandada de gaviotas sobre una nube. Ellas me dijeron que no podían hacer nada pero que,
quizás usted podría ayudarme a averiguar cómo he llegado a este lugar
porque no puedo recordar nada. ¿Será usted tan amable de intentar ayudarme?
El
pájaro quedo pensativo observando al chico. Pasó un buen rato hasta
que el anciano se decidió a contestar: _¡Claro muchacho!, intentaremos entre
los dos encontrar respuesta a tus preguntas, pero ahora pasa a mi casa y toma una
taza de té. No lo necesitamos ni tú ni yo para subsistir pero ya que nos lo obsequia
el vecino Tilo no debemos desaprovechar la ocasión de saborearlo.
Alberto,
sorprendido una vez más por su reciente habilidad para hablar con
todo tipo de aves,
siguió al búho hasta el interior del tronco. Cuando el
chico estaba dentro, giro sobre sí mismo para contemplar atónito cómo el descomunal árbol estaba
lleno de arriba abajo de tal cantidad de libros que resultaba imposible ver las paredes de
la vivienda.
Allí,
como le contarían más adelante sus nuevos amigos, había
un ejemplar de cada libro o manuscrito hecho por el hombre desde el inicio de los tiempos
antiguos en que comenzó a garabatearse la escritura.
Tras
presentarse formalmente, y exponerle el joven que su único
interés era volver a casa donde lo esperaba su chica lo antes posible, Hugo el búho le explico
de una manera muy clara que ya no tenía que volver a ningún sitio, aquel plano
paralelo era su nuevo destino y que al otro lado de la ventana no lo esperaba nadie ya que su vida
mortal había terminado.
Los motivos o causas de su muerte no eran importantes. Su único
objetivo a partir de ahora sería instruirse e intentar en lo posible
salvaguardar lo primario en el lado finito, la naturaleza y las especies que allí subsisten con cada vez
menos acierto, en la medida de sus intereses y siempre atendiendo a sus conocimientos y
aptitudes que, desde el momento que cruzó la ventana, se vieron incrementados.
En
los días y meses siguientes Alberto se dedicó a leer
gran cantidad de ejemplares que custodiaba el búho Hugo y se acostumbró a poder comunicarse con
todo ser vivo que lo rodeaba, ya fuese humano, animal o planta. Por
descontado, le parecía sumamente interesante pero no dejaba de pensar en Elisa. ¿Cómo
estaría?-Se preguntaba-.
La echaba tanto de menos. Como le gustaría a ella todo este nuevo
mundo donde la codicia, las cosas materiales y la incomprensión no existían.
Lo
atormentaba el recuerdo de los últimos meses con su chica.
No había sabido conjugar su ascenso en el colegio de arquitectos con su relación. En
definitiva, se sentía culpable por haber permitido que su ritmo de trabajo los distanciara.
Con
Elisa, había compartido siempre una complicidad y un amor tan
profundo que la idea de no poder comunicarse con ella se le hacía insoportable. Esa era
la intención de Alberto justo antes de traspasar la ventana, llegar pronto a casa, volver a
compartir todo con
ella, como siempre había sido, hacerle ver lo importante que era
para él y revertir la situación.
Sin embargo, no pudo llegar a hacerlo en persona.
Una
tarde, conversando con su alado nuevo amigo, surgió el
tema de las capacidades de Alberto en su anterior vida y se planteó la cuestión
de a qué podía consagrar su nueva e infinita existencia. Y así, de la manera más trivial, y
conocedor de sus nuevos talentos mágicos, el muchacho pensó que le gustaría dibujar
y dar vida a las estrellas que iluminarían las noches cada vez más oscuras y contaminadas del
otro lado.
El
tiempo pasó, y no es difícil imaginar como el que fue un gran
delineante en una vida anterior se convertiría en uno de los mejores dibujantes y
colocador de estrellas entre los dos mundos.
Así,
Alberto consiguió de alguna forma permanecer conectado con Elisa.
Cada vez que trazaba y lanzaba al firmamento, siempre al punto del ocaso, una nueva
estrella, sentía que la hacía para ella y, aunque los planos en los que
vivirían muchos años serían opuestos,
y ni la luz del sol y la luna disfrutaban a la vez, en más de una
ocasión se produjo una extraña sinergia por la que, una nueva estrella, cargada de ternura, centelleaba recién colocada y una chica la admiraba sonriente recordando a su
amado compañero,
mientras la recorría un escalofrío como una caricia por
la espalda que, redentora dejaba solo el recuerdo del más bello y sincero amor vivido.