Bajita y con unos inmensos y desproporcionados ojos verdes, que son el único rasgo reseñable de mi fisonomía, jamás pensé que esos dos fueran a centrar su atención en mí. Pensaba salir del brete calladita, obedeciendo y pasando desapercibida, cómo hago todos los dias de mi vida. Pero atendiendo a que además de un poco torpe, no soy muy buena vaticinando desenlaces, todo salió al revés.
Mientras intentaba solucionar el desaguisado con el pago de algunas facturas en la oficina de mi banco, al empleado de la sucursal le dio por hacerse el héroe. Cuando entraron los dos cretinos con vocación de atracadores, estábamos ya trece personas presentes entre los que se contaban clientes, dos empleados, los ineptos en cuestión, el director del banco y la señora de la limpieza que, terminando de recoger sus chismes, se disponía a marcharse. Tras escuchar el manido grito de "¡todos al suelo! Esto es un atraco" nos tiramos al unísono como a las trincheras, inmediatamente. Eran tales los temblores con que los rufianes empuñaban sus armas que pensé podrían fácilmente matar a una persona con tres disparos diferentes, en vertical , de un solo impulso.
En el momento en que amenazaron directamente al cajero, que unos minutos antes me atendía a mí, y su compañero, con más pánico que disimulo, pulsó el botón rojo de alarma, fué cuando se desató el caos. Los atracadores comenzaron a gritar, los clientes a llorar espasmódicos y yo, que soy medio tonta, me ví de repente entre una pistola y una adorable anciana que estaba siendo encañonada. En cuanto lo hice, y mientras me escuchaba tratar de dialogar con los mequetrefes que nos iban a dar el día, me pregunté qué carajo hacía yo delante de una pistola defendiendo a una vieja. Sin embargo, como la situación no dejaba mucho espacio a la meditación, haciendo uso de mis dotes de relaciones públicas, aunque en modo vibrador, traté de contener al tipejo que me apuntaba directamente al flequillo, apelando a su supuesto sentido común. Pero como el diálogo, la negociación y ruegos no parecían hacer mella en mi interlocutor, me ví otra vez avocada a actuar impulsivamente. Sin ser consciente del movimiento que ejecutaba, hundí la rodilla en la zona más blanda del tipo que, según me contaron más tarde, cayó al suelo por el dolor, no sin antes propinarme un fuerte golpe con la culata del arma en la cabeza que me dejó fuera de juego. Para cuando desperté, en una ambulancia en la puerta del banco, ya había pasado todo. Por lo visto, en el mismo instante en que el fallido ladrón y yo nos derribabamos, llegó la policía y el episodio se resolvió sin mas consecuencias ni heridos que yo misma.
Así las cosas, los malos detenidos, mis urgentes gestiones bancarías sin realizar, y con un aparatoso, a la par que ridículo, vendaje en la cabeza, aparecí en todos los medios locales de comunicación como ejemplo de imprudencia y de lo que no se debe hacer en una situación similar. El héroe del día, el que pulsó el botón. De esta estúpida, y temeraria manera, dejé de ser cauta y de pasar desapercibida.
Totalmente identificada con Carmelita. Me encanta!
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